Jóvenes recolectan donaciones para atender a refugiados venezolanos

“No queremos irnos”, dice Libe, refugiada venezolana de nombre indígena que encontró en Belém, capital paranaense, su nuevo hogar. Ella y centenas de personas dejaron sus ciudades en busca de calidad de vida en Brasil. La situación política y económica en el país vecino hizo que millones de personas perdieran sus trabajos y emigraran hacia Brasil.

Con toda la inestabilidad, los productos básicos desaparecieron de los estantes de los mercados, las personas quedaron sin empleo y vivir allí se volvió insostenible. La alternativa sería encontrar refugio en los países fronterizos como Brasil y Paraguay.

Libe cuenta que está en Belém hace un año y cuatro meses. Pasó por hoteles, refugios y ahora comparte una casa con más de 100 personas. La vivienda es costeada por el municipio, que semanalmente también provee alimentos. Mientras tanto, faltan elementos de higiene personal, material de limpieza, colchones y ventiladores para encarar las altas temperaturas amazónicas. También falta atención médica y alguien que los entienda.

La mayor parte de estas personas vienen de tribus indígenas del interior de Venezuela y se comunican por medio de un dialecto. Pocos comprenden el castellano ni son capaces de hablar con fluidez. El diálogo se da por medio de señales y esfuerzo para entender lo que quieren decir y lo que necesitan escuchar. Esta barrera impide que ellos consigan trabajo, así sea de forma informal. Muchos de ellos son vistos en los semáforos y veredas de Belém, pidiendo limosnas.

 Voluntariado

Pero mientras no hay una situación definitiva por parte del poder público, algunos jóvenes adventistas se movilizaron para ayudar a aliviar los dolores de esta comunidad. “Todo comenzó cuando estaba pasando en la calle Gobernador José Malcher (región central de Belém). Presencié a una familia entera de venezolanos pidiendo dinero y comida. Eso me tocó de forma muy profunda. En aquel momento ayudé con dinero y seguí mi camino al trabajo” describe Flávio de Souza, idealizador de la acción.

“En el momento, no sabía dónde encontrar a los venezolanos a no ser en la calle. Hablé con Dios para que me mostrara el lugar para ayudarlos de alguna forma”, explica Souza. Y fue por medio de una red social que él tomó conocimiento de los refugios de la ciudad. A partir de allí, con el apoyo de sus amigos de un grupo de estudios bíblicos que frecuenta, visitaron algunos lugares y eligieron aquel que sería el primero en recibir ayuda. Algunas idas y venidas después, las principales necesidades fueron identificadas, y comenzó la movilización con los miembros de la Iglesia Joven de Belém para recolectar los elementos y recursos.

El día 2 de febrero fue la fecha escogida para la entrega de las donaciones: granos, condimentos, productos de limpieza, ropas, zapatos. Todo es necesario para quien dejó su tierra natal solo con la esperanza de una vida mejor. Entre diálogos y el intento de entender más sobre ese pueblo, un momento de oración unió a todos. Aun con creencias religiosas diferentes, para ellos la fe continúa siendo el combustible para encarar el siguiente día.