Había llegado a la adolescencia. Un mundo lleno de posibilidades se presentaba delante de mí. Me gustaban las chicas, los amigos y el deporte.
Además, era jugador titular del equipo de basquetbol de la escuela, lo que me brindaba algo de popularidad y aceptación entre los amigos.
Desde niño me habían llevado a la iglesia cada sábado. Pero la verdad es que para ese momento la iglesia ya no representaba nada. Simplemente no quería ir al templo cada sábado. Me parecía un verdadero suplicio suspender mis actividades a partir del viernes en la tarde, además de perderme los partidos de basquetbol los sábados, para luego asistir a un servicio sumamente aburrido para mí.
La iglesia era muy pequeña, no había piano ni algún músico que alegrara el servicio, además, no siempre contábamos con la presencia del pastor. Los predicadores hacían lo que podían pero a mí no me interesaba lo que decían. Para colmo, durante el verano el templo parecía un horno. En realidad, era cuestión de tiempo para que yo dejara de asistir al templo cada sábado.
Un cambio en mi vida
Entonces, unos amigos me invitaron a derrapar en las dunas a bordo de una camioneta. ¡Era increíble dar vueltas a gran velocidad! De pronto, la falta de pericia del conductor hizo que la camioneta se volcara. Yo salí proyectado varios metros, y quedé tendido en la arena. Recuerdo que me despertó el sonido de una ambulancia de la Cruz Roja que venía a recogerme. Me subieron de inmediato y me llevaron al Hospital donde mi padre trabajaba como médico. La cabeza me daba vueltas. Entramos de prisa al nosocomio y los médicos empezaron a revisarme. Entonces llegó mi padre. Conversó un momento con sus colegas y luego me dijo:
- Hijo, tu pierna izquierda está muy mal. Es posible que la vayas a perder.
- Pero ¿por qué? – pregunté con desesperación
- - La rodilla ha recibido un fuerte golpe. Además, parece que luego de que saliste proyectado, la camioneta dio varias vueltas y la parte de atrás cayó sobre tu pierna. Lo bueno es que el terreno era arenoso.
- ¿Y qué van a hacer?
- Esperaremos los resultados d elas radiografías y la opinión del traumatólogo – dijo mi padre.
La luz de una enorme lámpara golpeaba mi rostro, mientras estaba tendido sobre la camilla. Me sentí desfallecer. Hasta ese momento mi vida sin Dios parecía un sueño. ¡cómo iba a vivir sin una de mis piernas! Los médicos salieron de la habitación. Estaba solo. Entonces elevé mis ojos al cielo y oré. “Señor, sé que no he sido lo que tú esperas. Pero te prometo que si me salvas la pierna voy a dedicarme a ti”.
Cuando los médicos regresaron con los resultados me dijeron admirados: ¡Esto es un milagro! Tu rodilla no ha sufrido ninguna fractura. La pierna solo tiene los golpes. Te vas a recuperar en unos meses. Una lágrima rodó sobre mis mejillas.
Aquel verano fui a nadar al Gimnasio de Usos Multiples como terapia para mi pierna. Entonces, se organizó un campamento en una playa cercana a La Paz para jóvenes nadadores. Decidí asistir. Habría chicas, sol, música y buen ambiente. ¿Qué más podía pedir? De pronto, la noche llegó y los jóvenes encendieron una fogata para calentarse del frío. La conversación estaba por conversar.
- Hablemos sobre temas interesantes, sugirió uno de los chicos.
- ¡Sí!, les voy a contar una historia de terror, respondió otro.
Poco a poco la plática fue tornándose más y más escalofriante. Fantasmas, brujas, misterio, peligros, el futuro y finalmente, el fin del mundo. Irremediablemente, alguien mencionó al anticristo, el 666. Yo empecé a temblar. Los jóvenes presentaron sus opiniones del personaje en cuestión: sugirieron que era Napoleón Bonaparte, incluso Hitler.
- En una película se menciona que el 666 va a nacer en este mundo y luego se convertirá en un presidente de un gran país – dijo un joven.
De pronto, varios jóvenes comenzaron a mirarme como si me invitaran a participar. Entonces, uno de ellos me dijo: “Oye tú, ¿Qué esperas? Tu sabes algo y debes hablarnos”. Entonces, salté como un resorte delante del círculo juvenil que rodeaba la fogata. En un tono desafiante les dije: “Yo les voy a contar como va a terminar el mundo. “El silencio se apoderó del ambiente”. Y de mi boca comenzaron a salir diversas promesas bíblicas acerca de la venida de Jesús. Los jóvenes me miraban boquiabiertos mientras yo advertía del inminente regreso de Cristo a este mundo. En ese momento, aquellas enseñanzas que mi madre y mis maestras de Escuela Sabática me habían inculcado, brotaron desde lo más profundo de mi mente. Los compañeros comenzaron a hacerme preguntas, sin saber cómo, respondí todas sus interrogantes. La luz del fuego vislumbraba sus estremecidos rostros y el crepitar de la leña agudizaba su silencio.
Compartiendo mi fe
A la media noche nos enviaron a nuestras carpas. Pero uno de mis amigos me siguió y me suplicó le contara más acerca de la venida de Jesús. Le hablé durante casi tres horas sobre los Diez Mandamientos. El muchacho escuchaba con avidez. Al finalizar aquel joven lloraba como un chiquillo. Yo no daba crédito a lo que pasaba. Aquella noche oré con él pidiendo a Dios el perdón por sus pecados. Pero mi corazón estaba destrozado. ¡Cómo era posible que Dios estuviera usando a un hijo desobediente como yo! ¡Había predicado a Jesús ante un grupo de jóvenes! ¿Qué estaba pasando en mi vida? Esa noche no pude dormir. Entonces, en medio de la brisa del Mar de Cortés decidí aceptar a Jesús como mi Salvador personal. Le dije al Señor que yo no era perfecto, que hacía mucho que no asistía a la iglesia, que tenía muchos defectos de carácter, pero que si deseaba usarme estaba dispuesto a servirle.
Al día siguiente, el joven a quien le había hablado la noche anterior, me dijo: ¡Quiero que me lleves a tu iglesia!
-¿Estás seguro de eso? – respondí
- ¡Claro! Además, quiero que me enseñes la Biblia.
- Bueno, pues iremos juntos porque hace mucho que no voy- fue mi respuesta.
Así que ahí me tienes estudiando la Biblia para podérsela enseñar a mi amigo. Fue entonces cuando empecé a descubrir las grandes verdades del evangelio. Juntos fuimos a la iglesia y pasamos momentos increíbles estudiando las Sagradas Escrituras. Fue durante ese contacto con la Palabra de Dios, que decidí que había llegado el momento de ser bautizado. Entonces, entendí que la mejor manera de aprender sobre la Biblia es enseñándola.
Cuanto más estudiaba la Biblia más me sentía atraído por ella. El estudio de las escrituras se volvió una verdadera pasión. Pero lo mejor ocurrió en los cultos de adoración de la iglesia. Ahora ya no me parecía aburrida, más bien, ¡me daba la impresión de que estaba entrando a la misma presencia de Dios! Disfrutaba mucho los cantos de la congregación, las predicaciones y los servicios especiales. Además, gozaba profundamente el día sábado y no quería que se terminara. Lo interesante es que la iglesia seguía exactamente igual. ¡No había cambiado nada! Aunque, en realidad, sí había cambiado algo, pero dicho cambio había ocurrido dentro de mi corazón (Eze. 36:25-27)