En un libro del Antiguo testamento hay un relato bastante conocido. Cuenta la historia de un novio muy especial que espera el momento de su matrimonio.
De hecho, no hay alguna historia de amor que pueda ser tan interesante como este relato que presenta el Cantar de los Cantares, escrito por el rey Salomón.
Su majestad busca novia
Salomón se disfraza y sale a recorrer el país, hasta que conoce a una joven pastora. Es diferente, hermosa y genuina; sin darse cuenta se enamora de ella. El Cantar de los Cantares describe poéticamente el amor que ambos sienten. “Toda tú eres bella, amada mía; no hay en ti defecto alguno” El apóstol Pablo tomó este pensamiento y lo aplicó a su descripción de cómo Cristo anhela que llegue a ser la iglesia: “Para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable. (Efesios 5:27)
Jesucristo, el novio divino, citó el libro de los Cantares y lo aplicó a él mismo. En una de las grandes convocaciones religiosas del pueblo de Israel, a la cuál asistía gente de todo el mundo. Jesús se puso de pie y exclamó: “¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la escritura, brotarán riós de agua viva”. La escritura ala cuál se refería Cristo, es el libro de Cantares, donde el novio describe a su amada: “ Eres fuentes de los jardines, manantial de aguas vivas, ¡arroyo que del Líbano desciende!
La novia corresponde
El texto bíblico dice: “Le abrí a mi amado, pero ya no estaba allí. Se había marchado, y tras su voz se fue mi alma. Lo busqué y no lo hallé. Lo llamé, y no me respondió”. En el versículo 16 del capitulo 5, se relata la historia de un hombre que ha hecho un largo viaje, y ahora vuelve para estar con su amada. Es de noche, hace frío y llueve. Su novia, se ha dormido; está cómoda y abrigada. El amado golpea una y otra vez a la puerta, el relato dice que ella no quiso salir del lecho y mojarse los pies, no quiso molestarse en abrirle la puerta para que el entrara.
Después de muchos intentos, el príncipe viajero se vio obligado a volverse por su camino. Pero entonces, la joven comenzó a pensar que él estaba solo afuera, en el frío y la lluvia, con hambre, y sintió lástima. De modo que por fin se levantó y fue a la puerta para dejarlo entrar. Pero el amado ya no estaba.
Todo este relato elabora una imagen de Jesús y de su amor por su iglesia, egoísta y somnolienta. Sin embargo, aunque la iglesia lo rechace, Cristo de todos modos ama a su futura esposa. Esa clase de amor se llama “amor conyugal”. Tan precioso en el matrimonio, es un don que Dios concede a cada esposo y esposa. Él quiere que gocen siempre de tal amor, sin peleas, sin violencia ni amargura, sin celos ni infidelidad.
El apóstol Pablo nos advirtió sobre lo que es causa del fracaso en muchos matrimonios: El sexo premarital.
Madurez para tomar decisiones
San Pablo dijo: “Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios” A veces la juventud, en su ignorancia, se siente tentada a creer que Dios es malo porque prohíbe las relaciones sexuales previas al matrimonio. Precisamente porque Dios quiere que los jóvenes muchachos y señoritas gocen de la vida, es que anhela librarlos de esa tentación. Aunque más tarde los participantes se casen, su promiscuidad se convierte a menudo en la causa fundamental de su rompimiento futuro.
Cristo ama a su verdadera esposa, la iglesia que le es fiel. Cuando comprendamos por qué Dios nos ha creado tal como somos, sin ser egoístas, cada uno de los novios amará al otro en forma tan profunda que se negará a caer en la tentación de gozar la unión sexual hasta que Dios los haya declarado ser uno. Eso sucede únicamente en el matrimonio que en vez de ser el final del amor, será su comienzo.