¿Recuerdas cuántas veces te pegaron tus padres cuando estabas pequeño? ¡Sí! Lo peor de todo era escuchar esa frase que un niño casi unca entiende: ¡Te pego porque te quiero!
Hoy podríamos dividir los golpes en varios grupos dependiendo sus causas: hay golpes que son de amor, también son llamados de corrección. Hay otos que son de odio, estos se dan en aquellas disputas que frecuentemente se ven entre las personas que desde hace tiempo tienen rencor entre ellas. Hay golpes de coraje, pero también hay golpes por descuido, cuando golpeamos a los demás sin la intención de hacerlo.
La verdad es que la mayoría de los golpes son malos, porque dan como resultado el sufrimiento de una o más personas pero la pregunta sería: ¿Has golpeado a alguien?
La terquedad de Israel
¿Recuerdas cuando el pueblo de Israel peregrinó por el desierto? Sí. Después de presenciar la rebelión de Coré y su terrible final el pueblo llegó al desierto de Zin, donde muere María la hermana de Moisés. Nuevamente el pueblo comienza a murmurar. ¿cuál era la razón? ¡No había agua! ¿Agua? Eso era lógico, estaban en medio del desierto.
Las murmuraciones y los insultos llegaron a oídos de Aarón y Moisés, y todo el pueblo, hombres, mujeres y niños, reclamaron la falta de agua. Llegaron hasta el punto de ver la terrible muerte de Coré como una mejor suerte que la de ellos, muchas veces he llegado a pensar que el pueblo de Israel sufría de amnesia, porque siempre se olvidaban de las maravillas que el Señor habpia realizado ante sus ojos, pero resulta interesante observar cómo recordaban perfectamente su vida en Egipto.
Entonces Moisés y Aarón consultaron a Dios y él contestó a su llamado.
Anteriormente el Señor había provisto al pueblo de Israel de agua, en esa ocasión la instrucción había sido dar solo un golpe a la roca (Éxo, 17:6.)
Ahora el mandato era diferente: “Toma la vara y reúne a la asamblea. En presencia de esta, tú y tu hermano le ordenarán a la roca que dé agua. Así harán que de ella brote agua, y darán de beber a la asamblea y a su ganado” (Núm. 20:8). Tristemente el hombre más manso de la tierra perdió el control. Reunió al pueblo y habló con toda seguridad, confió en su fuerza, o quizá desesperado porque el pueblo no dejaba de reclamar, les dijo “¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?” (Núm. 20:10)
La desesperación lo venció, el coraje sobresalió y golpeó dos veces la roca como si estuviera golpeando al mismo pueblo, necio, insensato e incrédulo. El pueblo quedó tan sorprendido que a muchos se les paralizó el corazón, pocas veces habían visto el coraje y la desesperación en el rostro de su líder, lo recordaron quebrando las tablas de piedra escritas con el dedo de Dios y tuvieron miedo.
Sin embargo, en su mente, aquel humilde siervo entendió la desgracia en la cual había caído. Poco a poco su semblante fue desfalleciendo, la furia y la desesperación fueron dando lugar a la tristeza, el llanto, el dolor y su corazón sintió el peso de haber fallado al mandato de Dios, ¡Moisés había golpeado la Roca cuando tenía que hablarle! ¡Él sabía quién era la Roca! (Deut. 32:4). Sabía que había golpeado a su Señor, al Todopoderoso. ¿Qué haces cuando las cosas no salen como las habías planeado, cuando tu oración no es contestada, cuando la tristeza, la desgracia o la desesperación toca a tu puerta?
El mandato es fácil, sencillo y claro: “Habla a la Roca y ella te dará agua: ¡Habla con la confianza de que Dios te escucha y te comprende, con la seguridad que no estás solo y que tu vida depende del Rey de reyes y Señor de señores! Pero la realidad es que ante la Roca gritamos y reclamamos, te pregunto, ¿has golpeado la Roca? Tú al igual que Moisés ya sabes quién es.
Todos hemos golpeado a Dios En cierta ocasión un niño observaba con gran sombro un cuadro del Viacrucis de Cristo, este cuadro colgaba de una repisa, lo miró por varios minutos hasta que finalmente, un poco confundido, preguntó a su madre: “Mamita, ¿Quiénes son los que están golpeando a Jesús?- La mamá cambió de expresión alegre de su rostro por una mirada de odio y coraje, y con una voz que denotaba sentimientos le contestó al niño: “Hijo, ¡esos son los malditos romanos que crucificaron y mataron a Jesús!. El niño quedó satisfecho con la respuesta y continuó sus actividades, los años pasaron y el niño creció pensando que habían sido los romanos quienes habían golpeado y crucificado a Jesús. Pero en su juventud al estudiar la Biblia, leyó Isaias 53 y se dio cuenta que no solo los romanos habían golpeado al Maestro, sino que cada uno de nosotros con nuestras malas decisiones, con nuestros malos actos y palabras equivocadas golpeamos a quien un día dio su vida por nosotros en la cruz del Calvario.
Cada reclamo y murmuración asienta sobra la espalda del amante Jesús un golpe más, la Biblia ice que nuestro amado Señor fue azotado. ¿Cuántas veces lo has golpeado tú? ¿Cuántas veces has participado en la crucifixión de Jesús? Muchas veces criticamos a Moisés por su actitud, pero resulta interesante notar que nosotros caemos en lo mismo con mucha menos presión que la que tuvo que soportar él.
A pesar de todo Dios te ama Gracias a Dios que la historia no termina con el golpe en la roca. “Y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado! (Núm. 20:11) ¡Que infinito e incomprensible es el amor de Dios! Aun después de recibir los golpes decidió ofrecer a un pueblo sediento toda el agua que necesitaban hasta que sobreabundase. ¡Dios te da el agua aun cuando lo golpeas! O, ¿acaso ha dejado de bendecirte por tus faltas, errores o pecados? ¿Acaso te ha negado su cuidado y protección? – El hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Mat. 5:45 Dios te sostiene y calma tu sed, recibe y perdona tus golpes, y todo esto solo por una razón, ¡porque te ama! El profeta Isaías dijo: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isa. 53:5)
¿Por qué no dejar de golpear a Dios?
Este es el momento para agradecer la gracia y el infinito amor que Jesús mostró por nosotros al morir en esa cruz, por recibir los golpes que ti y yo merecíamos. Pidámosle que nos transforme y nos ayude a evitar darle un golpe más, entrégate a Dios cada día y con la ayuda divina evitarás golpear una vez más a tu Creador.